La patologización de la vida interior

Hoy he leído en un artículo algo así como que» las personas que han sido diagnosticadas con una enfermedad crónica desarrollan con frecuencia cuadros psicopatológicos, como ansiedad y depresión». Siempre me revuelvo un poco por dentro cuando leo este tipo de afirmaciones. Me pregunto qué hay de «patológico» en sentirse especialmente triste o ansioso cuando te acaban de decir que tu vida puede que esté en peligro, o que la vida tal y como la conoces, tal vez, no vuelva a existir más. En general, me pregunto qué hay de patológico en responder con emociones y pensamientos fuera de lo normal a eventos fuera de lo normal o, incluso, a eventos cotidianos.

Desde la preeminencia del modelo biomédico, nos referimos a estas emociones especialmente intensas y a los pensamientos que las acompañan como «enfermedades mentales» o «trastornos mentales». Esta concepción de los problemas psicológicos como «enfermedades» tiene algunas ventajas: descarga de culpa y responsabilidad al que sufre de la aflicción y justifica, de alguna manera, su conducta. Sin embargo, esta visión biologicista también plantea algunos problemas. El primero, que parece arbitrario llamar a un cuadro emocional-cognitivo-conductual de depresión o ansiedad una «enfermedad», como si de una diabetes se tratase, cuando realmente no hay ningún marcador biológico que permita diferenciar un cerebro «sano» de uno «con depresión» o «con ansiedad». El problema fundamental, sin embargo, reside en que esta aproximación justifica un abordaje exclusivamente farmacológico del malestar (si la causa está en la biología del individuo, la solución, por tanto, solo puede ser intervenir sobre esa biología defectuosa), olvidando el contexto del individuo, así como sus reacciones al mismo y a su mundo interior que, en muchos casos, son la causa principal del sufrimiento.

Así, tanto en un cuadro depresivo como ansioso, en ocasiones, no es tan problemático el malestar que sentimos (las emociones tienden a fluctuar de forma espontánea si las dejamos «estar»), si no lo que hacemos con ese malestar, en particular, lo que hacemos para evitar ese malestar: quedarnos en la cama, limitar el contacto social… es decir, limitar las oportunidades de sentir tristeza o ansiedad. Pero, en última instancia, al intentar evitar sentir tristeza o ansiedad, también limitamos las actividades que son gratificantes y que hacen que la vida tenga sentido, entrando en una espiral de conducta depresiva o ansiosa que incrementa, a su vez, las emociones y pensamientos depresivos y ansiosos.

En conclusión, creo que es importante, por un lado, normalizar las reacciones emocionales, y los pensamientos que las acompañan, ante los sucesos vitales, en lugar de convertir cualquier reacción emocional intensa o pensamiento problemático en un «trastorno» y, por otro lado, reivindicar el contexto de la persona y su relación con su mundo interior, como factores causales y/o de mantenimiento de los problemas psicológicos y, por tanto, como focos de intervención prioritarios, más allá del tratamiento farmacológico.

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