En los años 40 del siglo pasado, el psiquiatra John Bowlby introdujo por primera vez la idea de que la calidez, la afectividad física y la sintonía emocional eran fundamentales para el correcto desarrollo de los niños. En aquel entonces, una época dominada por las teorías psicoanalíticas tempranas, era práctica extendida separar a los niños enfermos de sus padres durante períodos prolongados. Bowlby comenzó a observar los efectos de esta separación en los pequeños, y desarrolló la Teoría del Apego, posteriormente verificada experimentalmente y ampliada por otros investigadores, entre los que destacan sus discípulas Mary Main y Mary Ainsworth.
Existen tres estilos fundamentales de apego: seguro, inseguro y desorganizado. El apego seguro se forja en hogares cuyos cuidadores son atentos, están sintonizados con las necesidades del niño, están disponibles física y emocionalmente y son predecibles. Esto genera en el niño una sensación de sentirse «visto», entendido y atendido; de ser aceptado tal y como es, y de poder expresar libremente sus emociones. En estos hogares, los cuidadores proporcionan, asimismo, límites claros. Los niños con apego seguro, por su parte, tienden a desarrollar una autoestima saludable, y relaciones profundas y positivas con los demás.
A veces, sin embargo, los padres tienen sus propias dificultades emocionales, que pueden generar un estilo de apego inseguro. Existen dos tipos de apego inseguro: el ambivalente o ansioso y el evitativo. En el caso del apego ambivalente, los cuidadores tienden a estar absorbidos por sus propias dificultades, trauma o pérdidas, actúan de forma irritable, y fluctúan entre la intrusividad y la desatención de los menores. Les cuesta sintonizar con el niño, su disponibilidad física y/o emocional es inconsistente, y pueden resultar confusos para el pequeño. Los niños con apego ambivalente están muy pendientes de sus cuidadores, tienen una gran sensibilidad al abandono y al rechazo, y protestan frecuentemente las separaciones con sus cuidadores de forma agresiva o dramática para tratar de influir en su disponibilidad y atención.
Por otro lado, unos cuidadores poco disponibles emocional y físicamente, que desatienden a sus hijos, los rechazan o tratan con excesiva frialdad, probablemente generen un estilo de apego evitativo. Estos padres se muestran distantes y poco sintonizados con las emociones y las necesidades del pequeño. Los niños con apego evitativo tienden a distanciarse de sus emociones y minimizar sus necesidades. Dan una apariencia de autonomía e independencia, pero se ha observado experimentalmente que sufren una gran activación antes los episodios de separación de sus cuidadores.
Por último, a veces los cuidadores son percibidos como amenazantes – incluso terroríficos-, o asustados o desorientados, por los niños, dando lugar al denominado apego desorganizado. Estos cuidadores generan un profundo conflicto en el niño: la figura que debería proporcionarle seguridad es, asimismo, la fuente de amenaza. La conducta del niño en estos casos se vuelve errática, y desarrollan estrategias de afrontamiento patológicas como la disociación o la fragmentación de su identidad, además de tener relaciones impredecibles con los demás.
Los estilos de apego se desarrollan en la infancia temprana: a los 18 meses ya se pueden observar patrones de relación entre cuidadores-niños. Son relativamente estables, y un alto porcentaje de los adultos tenemos el mismo estilo de apego que teníamos en la infancia. Sin embargo, no se trata de una realidad inmutable. Hay determinadas experiencias relacionales que pueden modificar nuestra estrategia primaria, moviéndonos hacia un estilo más seguro en caso de que éstas sean positivas. También es posible modular el estilo de apego a través de la psicoterapia, mediante la exploración e integración de nuestras vivencias tempranas en un espacio seguro.
En conclusión, la relación temprana con nuestros cuidadores tiene una enorme influencia en el desarrollo de la visión de nosotros mismos, de los demás y del mundo. Cuando esta visión está enmarcada en un patrón inseguro o desorganizado de apego, puede generar dificultades relacionales relevantes, que pueden abordarse mediante determinadas modalidades de psicoterapia.